Un día desperté de improvisto en una sala extraña. Abrí los ojos, todo se tornaba nubloso, note un fuerte olor a desinfectante más el sinnúmero de aparatos médicos, el fuerte dolor a agujas en mi cuerpo y unas ondas electromagnéticas resonando en mi tórax, hicieron darme cuenta dónde estaba. Desperté a punto de morir. Me toqué la cara y noté que mis dedos tocaban dos tubos de plásticos que salían de mis orificios nasales, mi boca estaba sangrando; las agujas estaban en conexión a tubos que venían colgados a una botella de suero. Una inyección fulminante me hizo perder toda mi noción mental. De repente, al pasar de las horas, o tal vez días, de poco a poco recuperé mi claridad mental por haberse despejado la nube borrosa que me obstruía el cerebro y mis pensamientos comenzaron a tener sentido común. Estaba en una sala de cuidados intensivos de la villa policial de la ciudad de Lima. Había estado al borde de la muerte. Yo no era capitalino, en mis reciente vacaciones por trámites burocráticos fui a parar en la ciudad limeña. Los susurros del personal médico y las caras horrorizadas de los pocos familiares que venían de mi natal Trujillo, me indicaba que mi estado era crítico. La gentileza de la interna, cuyo nombre era Jen, me hizo recordar el cómo había llegado hasta aquí, concentré todos mis pensamientos para encontrar la razón principal y me encontré con la sorpresa que en mi desesperación había tomado una sobredosis de anti-depresivos. Cerré los ojos y pedí por mi instrucción católica; Dios apiádate de mí. Conté angustiadamente cuantas agujas, tubos pasaban por mi afligido cuerpo y por todas las cosas que me habían llegado al borde de la muerte. Supongo que mi seguro pagaría todo mi cuidado, al menos pensé en eso, con toda esta angustia sería una preocupación menos.
Nací en un pequeño balneario, Pacasmayo, al norte de Trujillo, mi familia era una de las más antiguas del pueblo, se cuenta que una tripulación al no encontrar tierra a la vista y al caer en desesperación llegó a Pacasmayo en oración a la virgen que los ayudo fundaron el puerto; en esa tripulación se encontraba mis ancestros. Mi padre era gerente de transporte de unas delas compañías más reconocidas de servicio turístico Trujillo - Pacasmayo y viceversa. Él tenía una buena educación y era reconocido de buen comportamiento moral, cristiano en principios y acción. Mi madre una mujer bella procedente de Bonaire, Venezuela. Era muy querida y festejada por su franqueza de carácter, amabilidad y dones sociales.
Fui extremadamente engreído por mis padres, era el hijo menor de la familia, de tal manera me convertí en un niño muy mal educado, consentido y caprichoso. Tenía una hermana mayor, a mi parecer cuando crecí ella ocupaba toda la atención por sus logros académicos. Me había despojado de esa corona imaginaria que yo creía haber llevado, algo terrible me inquietaba, una resentida cólera hacia ella. Mi padre acostumbraba a tomar un vaso de vino de mesa, específicamente Santiago Queirolo, vino tinto, en sus comidas. Según él facilitaba la digestión, mi madre tomaba un vino que importaba de Francia ya que se creía era el mejor vino del mundo. A los hijos se nos permitía tomar medio vaso de vino por sorbos. ¡Me encantaba el olor y su sabor! Cómo me gustaba ese sentimiento de bienestar que me causaba.
Yo caprichoso, pedía un segundo vaso, el cual me negaban. Un día por mi falta de atención, con mucha cautela y valor pude coger la llave del almacén donde mis padres guardaban sus preciados licores y me prepare un combinado. De todo un poco decía, y experimente mi primera laguna mental a los catorce años, cuando volví a mí, mis padres estaban con un látigo a punto de golpearme y fui confinado al dormitorio por una semana; no me fue permitido ir a la corrida de toros en Trujillo, por la fuerte afición de mi papá ante el acto taurino, me dejaron solo en casa. Todos esos castigos me dolieron mucho pero no fueron de beneficio porque a mí me continuó gustando el sabor del vino y el efecto que me producía. Fui obligado a prestar servicios voluntarios a la fuerza militar, como medio de restauración por mi conducta irresponsable. Ya no era el benjamín de la familia, ya todo un hombre debía ejercer como tal y sentía que siendo policía o militar llenaba de orgullo a mis padres, en especial a mi papá. Durante toda mi preparación hasta mi graduación como policía oficial a la edad de veintidós años no probaba ningún licor. En la ceremonia todos los nuevos policías llenos de júbilos tomaban con fervor, bebí hasta sentirme ya ‘todo un hombre’. Y brindé por fin la primera copa con mi padre, sintiéndome un ‘súper macho’.
Me enviaron a Trujillo zona centro, a la comisaria N° 8124- 1243, un miembro del escuadrón de emergencia me dijo: “Alguna vez debes de ser ante los civiles un ente de seguridad, responsable y dedicado, no debes de mostrarte, eres un policía recuerda y debes aprender a hacer las cosas bien, aprende a tomar, pide permiso para hacerlo y no olvides llamar a tu Mayor”. Siendo ya adulto y oficial con muchas habilidades; humor fino, bailarín, servicial con los colegas y deportista; ascendí de grado rápidamente, mi amistad era muy codiciada por los favores entre compañeros. Siempre invitaba a comer ceviche a mi Mayor con sus respectivas cervezas, por lo cual me encargaba la comisaría a todas anchas. Los fines de semanas eran de lo mejor, reclutábamos personas ebrias y le quitábamos todo su licor para nosotros, de igual manera a las prostitutas o transexuales a nuestra disposición, las palizas para los homosexuales eran arbitrarias por los reprimidos homofóbicos. Entre licores y mujeres habían cuartos libres disponibles para el policía del mes. Hacíamos nuestro agosto, a las salidas de los clubs, pubs, discos o restaurantes que vendían algún licor y nuestro escuadrón policía de tránsito con sed de dinero, se ocultaba e inspeccionaba los vehículos sin SOAT, conductores sin brevetes y sobre todo la prueba de alcohol. Un negocio redondo para cualquier policía que se consideraba un amigo mío, hasta cuando llegué a General me sentía el capi di tutti capi, hasta me llamaban Don Vito, por el semejante parecido.
Se pensaba que mi éxito como policía era fructífero, desde algunos años atrás, ya minaba en mí la base misma de la existencia de un vicio, que en estos tiempos se ocultan en nuestras instituciones la corrupción. El ’pacas’ para los colegas de confianza o Don Vito para el mundo del hampa. Se cobraba cupos a las cabecillas para que no entren al calabozo, me pagaban y le daba protección con el préstamo de armas y accesorios. La prensa sensacionalista también estaba manipulada, los periodistas amarillos sacaban un titular y todo quedaba ahí, más tarde los cabecillas salían de sus cárceles temporales. Un crimen organizado, con la vista gorda de nuestra gente de confianza. No se debe de temer al mundo de hampa, los más peligrosos son los criminales uniformados con corbata y saco. Todo pasaba por nuestras manos, teníamos acceso a toda clase de información, nadie me sacaba de mi trono. Controlaba uno que otro night club donde lo usábamos para nuestras charlas de inteligencia secreta, mi adicción al alcohol era en estos tiempos un privilegio mío e invitar whisky para enfatizar mi posición social. Un mecenas para los recientes vándalos que iniciaban sus actividades y me daban el 50% de su botín. Teníamos un bando contrario, posibles enemigos delatadores, nuestros propios colegas, a pesar que les cobraban cupos a los criminales, y estos a los transportistas, los policías le quitaban el botín y lo llevaban al calabozo. Todo esto, para un reconocimiento municipal, limpiarse las manos con algunas especulaciones de corrupción por parte del gobierno de turno. Rompieron las reglas y eso hizo que se derrame mucha sangre sobre todo de personas inocentes.
Tratando de escapar de mi vida licenciosa, contraje matrimonio y crie hijos creyendo que así no me tocarían nunca como un posible sospechoso en el mundo del hampa y del crimen organizado. Pero no fue ese el caso, los cabecillas de las siete bandas más temidas estaban al acecho de los policías porque según ellos, nosotros rompimos las reglas, nos aprovechamos de robar a un pobre de lo que pueda ganar de un botín y encima mandarlos a prisión a perderlo todo. Ante la muerte de mi padre, estaba desolado, quizá era el policía más buscado, qué se yo, mi familia corría peligro. Si bien es cierto, obtuve mucho lucro del crimen organizado más el aumento de la policía nacional por parte del estado, sin mencionar aguinaldos o regalías. Se seguía cobrando cupos ya no a las bandas más temidas, si no a las inexperimentadas que querían hacerse de un nombre popular en la ciudad. Se tornó una lucha entre los más veteranos y los más jóvenes, por eso las siete bandas arrasaban con asesinatos por doquier a la bandas más jóvenes quizá por venganza, traición, o por el simple hecho que ya no querrían competencia alguna. Ya pensaba en un retiro obligado e incursionar en la política, como una estrategia para entretener a mis posibles investigaciones, estando ya en el congreso sería un coronel retirado y un ente de poder al servicio de la patria. Todo esto cambio cuando mi único hijo me dijo que quería ingresar al colegio militar y aceptando su capricho, aunque yo no quería que siga mis pasos, ingresó y en unas de las guardias que él siempre se ofrecía como voluntario, sucedió lo inexplicable. El colegio militar sufrió un impactante robo. Mi hijo se abatió con los forajidos delincuentes que en coincidencia era la banda más longeva de la ciudad, no sé si fue planificado o de simple casualidad que me hijo, aparte de las armas de guerra, fue el más buscado.
Los periódicos sensacionalistas que ya no estaba trabajando conjuntamente con la policía, sin tener los medios a nuestro poder todo salía a la luz del día, nos sacó un reporte especial sobre la labor de la policía en los cinco años en la que yo estaba al mando y ante la muerte de mi hijo, la portada decía lo siguiente: Hijo del coronel cae abatido en robo al colegio militar, se presume que fue hecho por venganza por parte de los criminales por el reciente arresto de la policía al ‘Pachango’ mano derecha del jefe de los ‘Malditos Porvenir’ o por ajuste de cuentas. Todo esto, remeció los cimientos de la sociedad conservadora trujillana, fotos y más fotos de mi estado deprimente y angustiado. Mi familia mi esposa, la más afectada no merecía todo esto, en el hogar me veían como una persona responsable que se esmeraba por la nación. Un coronel ilustre, que entre mis nubes me estaba hundiendo y borrando esa reputación. Toda esta mafia debía de terminar conmigo, antes de pedir mi solicitud de retiro y no esperar que me llegue la notificación del gobierno, fui a buscarla. Viaje a Lima, con mi personal de seguridad, me hospede en un hotel en todo el corazón de la capital. Hice los trámites burocráticos, en mis manos tenía todas las hojas correspondientes y foliadas. Ya era de noche y antes de ingresar a mi habitación de hotel se me cayeron los expedientes, tratando de ordenarlas por número de folios de menor a mayor, no encontraba la secuencia correcta era un expediente sin inicio y sin final. Mi destino estaba asegurando que no quería el retiro. Pero yo, no quería más sufrimiento en mi familia, tan solo deseaba alejarme de todo esto e irme lejos del país. Pensé suicidarme con la corbata del mismo uniforme de coronel pero lo había olvidado en Trujillo, estaba sufriendo el ser que era por dentro. Tome una sobredosis de antidepresivos, y me levante en la villa policial de Lima y aquí estoy internado, seguiré aquí hasta que salga mi resolución al menos acá estoy más seguro que afuera, en especial de la ciudad que me vio crecer, la ciudad de la oscura primavera.
Aquí comienza la otra etapa de mi vida, recuperación y huidas. Hasta que por fin salí de la villa policial, mi retiro se oficializo con trabas pero se cumplió el objetivo, ante una mala fama ya establecida, ingresé como mercante, fui capitán del barco, pero esos cambios no dejaban de ser nada más que escapes. Sentía la necesidad de escapar al extranjero, antes que se levante todos los cargos de mi investigación. El estado cada vez más agravado por mi antiguo vicio del alcohol me hizo emprender la más fácil huida a mis propias flaquezas. Con una amante y nueva esposa y dos hijos recién nacidos emigré al país capitalista americano. Me radiqué en la ciudad de Los Ángeles. El cambio de mi vida fue dramático. Trabajé como jefe de ventas y diseñador gráfico, estudié y practiqué la administración. La familia creció con la llegada de una hija, la primera hija, el motivo de mi vida y de un cambio de todos mis vicios se fundó ante su mirada, fue un milagro para mí, ante esto, su nombre partió desde ahí. Su nombre es Milagros y nació en Norteamérica, la crie con mucho amor, compré una casa con todo el dinero lucrado dentro de un típico barrio residencial americano, una nueva vida en todos los puntos de vista.
Pero siempre llevaba clavada en mi espalda el despiadado y agobiante recuerdo de mi etapa policial, de mi primera familia, de mi primer hijo muerto y los efímeros escapes de alcoholismo que me desmoronó la unidad familiar conseguida. Perdí toda la fe que alguna vez tuve en Dios y me burlaba irónicamente de los principios religiosos y morales que se me habían dado desde niño.
Sacando fuerzas de donde no había casi ninguna, después de unos largos años en Estados Unidos, decidí escapar nuevamente. Mi familia americana, con mis hijos entendieron que debía de tomar unas vacaciones. Vendí unas cuantas cosas, me compre un jet privado y fugué geográficamente al sur. Siempre llevando a cuestas mi tristeza, mis fracasos y mi incurable enfermedad. Era la ocasión de desaparecer, el ideal botón del jet de vuelo automático me hizo coger mi paracaídas y hacer una llamada a mi hija Milagros despidiéndome de ella y luego de su madre, con la excusa que me iba hundir en el mar y morir en el instante a falta de gasolina, salte y deje que el avión se estrelle para que todos creyeran una muerte segura con todo el océano a mi favor era imposible de encontrar el cuerpo. El destino era La Habana, Cuba. Antes de llegar a la playa Varadero, donde sabían que me iba a quedar de vacaciones hice estrellar mi jet, naufrague hasta llegar a la orilla de madrugada, todo planificado. Sabía que las noticias iban a llegar Perú, a oídos de todos y para mí era un alivio confortable. Poco me duró el capital que llevé. Cuando me vi con pocos centavos, sin un amigo, sin una salida, sin Dios, ni ley, creí que para mí había una sola fuente de paz y de lucro: las drogas. Después de un mes de permanecer entre la vida, miseria y la muerte, me recuperé con la ayuda de un amigo latino comercializador de PBC.
Mi alcoholismo se hizo más agudo entonces. Borracho y drogado, me quedaba dormido en los callejones de la ciudad. Unos, dos o tres tragos del vino más barato y de la droga más sencilla que pudiera conseguir, era lo único que necesitaba para entrar en la inconsciencia de la alucinación. La única manera de no darme cuenta de que existía todavía. Mi vida había quedado reducida a un ensayo de vergüenza y dolor. La muerte no se hizo esperar, en un estado de postración y desgracia, mi amigo de origen latino me había hablado previamente antes de conocernos que tenía amistades en Perú y que en Colombia eran muy amigos los lazos de negociación y amistad por las drogas. Pero justamente esa situación de saber mi origen y mi escapatoria, hizo en él hurgar en mi pasado y mediante sus lazos de redes peruanas, sabía con quién trataba. Una llamada telefónica basto para que me dieran mi ultimátum. Unos compatriotas vinieron por mí, me saludaron como si fuéramos viejos amigos, pidieron ron cubano, el mejor ron que había probado, me hicieron embriagar y hablar más de la cuenta. ¿Qué me dijeron? No lo sé, pero sí recuerdo que después de dos horas mencionaron el nombre de ‘Pachango’. Tembloroso y casi lagrimeando, ebrio sabía que iba a morir. El miembro que cumplía su entrada a la mafia iba a dar el tiro de gracia, seguido por otro que había sido su padrino. Los pasajes de sus vidas que me hablaban iban dejando huellas un poco más profundas en mí y así empezó mi proceso de identificación. Algo que me gustó fue la franqueza y sinceridad que vi en todos ellos al comenzar a golpearme sin decir nada más que; por usted coronel y todo su escuadrón que nos hicieron sufrir por traición. Dejé de existir un 13 de noviembre en La Habana, Cuba. Hoy en día tengo el convencimiento en lo más profundo de mi ser, que en la vida existe solamente un peligro para que todo se convierta en problemas. El peligro de la separación. Permitir que el ego gobierne la vida separado de la mente y del espíritu, acabas siendo asesinado o suicidándote dentro de un mundo lleno de drogas y alcohol. Dominarte a ti mismo es un sinónimo de vida.
Y si alguien me pregunta: ¿Cómo sabes? Tengo la más simple de las respuestas del mundo para contestar, la experiencia. Nunca la he conocido, pero la experiencia y vida de mi padre, el Coronel (R) Segundo Alberto Vargas, que Dios, siendo el espía cósmico de nuestras vidas lo guarde en su eterno descanso.
Escribo las memorias de mi padre, que por su angustia y preocupaciones se olvidó de su primer hijo que aún sigue con vida, su primera familia. Desde luego, su rápida decisión de abandonar el país, su cargo, todos sus males y vicios nos abandonó a nuestra propia suerte. Nunca fue a verme al hospital donde me debatía entre la vida y la muerte, ante eso, la prensa amarilla se quería librar de un peso de encima diciendo que estaba muerto y delatar ciertas negligencias al público como medio de limpiarse las manos tal como lo demostró su portada ‘o ajustes de cuentas’. Desde el invierno del 2008 desde que supe algo de él, vengo investigando la razón del porque mi padre opto por esa decisión. Esta es la verdadera historia de mi padre,la mea culpa de un padre que se olvidó de su hijo, si seguiría vivo lo hubiera perdonado. Ahora vivo feliz en medio del cariño de una familia, una familia feliz que él nunca tuvo.
Trujillo 12 de enero del 2012.