Nunca llueve eternamente.

A veces poeta, dramaturgo, guionista, cineasta, pero tristemente humano.

Adela


Acabo de levantarme de madrugada y no pude dormir a pesar de tomar pastillas, he tenido sueños terribles, espeluznantes, aterradores, ¡Qué sé yo!  Si mi alma desconoce de tantas sensaciones por vivirlas. Yo no sé si esto fue un sueño o una historia que parece realidad; lo único que sé, es que hay algo misterioso en todo y no creo que sea casualidad.

Es un 10 de Agosto, número cabalístico para los seguidores del deporte rey; cumplía mi cumpleaños número 20 y lloraba como un niño –y me sonrojo al confesarlo porque siempre la paso mayormente en plena tristeza–  sufrí una alteración radicalmente mala. Trataba de hacerme un mea culpa en el fondo de mi alma, un trastorno bipolar se apoderó de mi ser, era ya casi un año desde que no sabía nada de Adela. Intentaba pedir a Dios –si es que existe tal Dios– misericordia y no me encontraba palabras para confesar mi total consuelo, cuando de por casualidad mis abatidos y húmedos ojos tropezaron con el libro más antiguo del mundo. ¿Quién conoce los misterios de la voluntad, así como su vigor? Dios no es otra cosa sino una gran voluntad que penetra todas las cosas por la intensidad que le es propia. El hombre no cede a los ángeles ni se entrega del todo a la muerte sino por el achaque de su propia voluntad.

Mi querida Adelita, ella era mis versos que existía en mis cuantos poemas de amor y soledad, en efecto, ella amaba la soledad, tanto así, que en ocasiones no hubiera gustado tener sombra, para que no la siguiese nadie en su caminar, era tan compleja como apasionada, y adoraba tanto el color azul, por obvias razones de su interpretación. A juzgar por mi propia fe, recuerdo al detalle el día en que la conocí a ella, ¡Adelita! –invoco su nombre–;  Y una profunda sensación de nostalgia se apodera de mi ser, al pronunciarse este nombre sonando en mis tuétanos, mil recuerdos tumultuosos se encienden desde cada palpitar de mi corazón. ¡Ah! Como me la imagino en estos instantes, tan luminosa y rebelde como un cuadro Impresionista. Una noche de verano, de viento acelerado que sacudía su profundo cabello lacio, que con la ayuda del viento, brotaba un cálido perfume de coco; con una luna blanca y serena en mitad de un cielo casi despejado, le declaré mis sentimientos. El cual ella rechazó en primera instancia y me dijo que necesitaba tiempo para pensarlo; a decir verdad, no puedo recordar mucho su respuesta, tanto antibiótico tomado ha debilitado mi frágil memoria. El carácter de mi amada era tan impredecible, su raro comportamiento, su género de belleza femenina, su mirada tan penetrante con esos ojos negros como su cabello, se infiltraron en mi corazón de poco a poco, pero de una manera tan impetuosa, que con tan solo imaginarla, parece que la veo tal cual desde mi interior.

Nunca imaginé amarla tanto; al principio nuestra amistad, se basaba entre libros, risas y complicidad. Hasta el momento que nos volvimos enamorados, y todo se tornó  tan complementario el uno para el otro. Había transcurrido unos cuantos meses desde que comenzó nuestro noviazgo, ella venía a visitarme muy seguido y viceversa. Un día que ella le tocaba venir a mi hogar, no se apareció por nada. El día siguiente, igual. Salí a andar por los alrededores de la ciudad y la encontré llorando cerca al mar y mirando al cielo como tratar de buscar algo entre las nubes, ella se enjuago la cara con sus lágrimas y me dijo, que no pregunte nada, ni yo sabré contestarte ni tú comprenderme. Hay visiones que son necesarias sentirlas, experimentar la locura, ideas raras cruzan en mi imaginación, inexplicables con palabras humanas, fenómenos incompresibles como el dolor de nuestra humanidad misteriosa y no me dijo nada más. Yo la amaba con toda su locura –la cual me contagió en demasía–, una locura que nos hacía reír, pero no nos importaba, puesto eso era lo que deseábamos; amor y locura eran dos términos muy comunes en nuestra relación, acompañado con unas conversaciones que hacían dudar de toda mi existencia al brillar toda su sapiencia en luz de su rostro, que ninguna mujer viviente la igualó jamás; ni siquiera el opio podía imaginarse dentro de su imaginación una visión casi angelical cuando dormía en mi brazos; sé que a ella nunca le gusto dormir a mi lado, a priori, le parecía aburrido, pero verla con los ojos cerrados era un placer tan exquisito que cuando ella  despertaba me hacía creer que hay vida tras la muerte.

El pueblo en donde vivimos, nos conocían como una pareja que se ayudaba en todo, ‘’tal para cual’’ decían; la gente  –que era la misma de siempre, porque las personas que aquí nacían, aquí morían– a pesar de su tradicional hurañía, llegaron a estimarnos sin razón, daba igual para mí, pero para ella era algo que le hacía sentirse aceptada. El misterio de su vida, la llegada a mi vida y su muerte, fue algo que ni el más sabio adivinador lo hubiera imaginado. Se podría decir que vivió muchos años en el pueblo, los vivió con la más fiel e incondicional de las compañías.

La soledad, acompañado de su locura y melancolía que muchos llegan a no desearla, que otros aceptan resignadamente y muchos rechazan a cambio de cualquier compañía que les ayuda a vencer el miedo, la angustia, la depresión, la ansiedad y –en sus extremos– la proximidad de la locura o el suicidio; hay en todo el mundo mucha gente que acepta la religión porque tiene necesidad de creer en algo para no sentirse desprotegidos, para no tener miedo de la soledad, o,  de la muerte y sus peligros afines a lo que conlleva un fenómeno social preestablecidas por dogmas ortodoxas que se hacen necesariamente adversas a todo progreso intelectual.

«Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y quitarán de su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes.»

Nadie supo de donde venía A., no por su hurañía, sino porque algo misterioso como un aura lo impedía. En las veces que hablábamos de mi pasado, yo le comentaba con toda mi sinceridad los tropezones de mi cansada vida. Yo le hablaba sin ninguna careta, mi transparencia en todo aspecto, mostrándole un noble corazón. Por su parte, ella me comentaba que antes de venir a este pueblo, había dejado a toda su familia, y que los echaba de menos. Era natural extrañar a nuestros seres queridos, pero no quería hablar de su familia ni mucho menos entrar en profundidad en su infancia ya olvidada; el silencio habló y fue el medio suficiente para nuestro entendimiento y compresión. No comía carne, ni vegetales transgénicos, estaba en contra del maltrato animal, detestaba las mentiras y todas las injusticas que habitaban en el mundo, a lo que ella se sumergía en una profunda tristeza, hasta el punto de la autodestrucción, como si no hubiera hecho nada para lograr cambiar el mundo en el cual vivimos. Los animales, las plantas y las cosas hermosas de la naturaleza parecían tener un lenguaje común con ella cuando la observaba a los lejos en sus paseos solitarios, y en las veces que me decía déjame sola, por favor. De la expresión de su rostro y sus brillosos ojos emanaba una corriente de simpatía, y una extraña comunicación extrasensorial de comunicación. Al contemplar las líneas delicadas de su nariz, no había visto tal semejante perfección ni en ninguna obra de Velásquez y todo su arte. En cuanto a la boca, verdaderamente encantadora, era el triunfo de todas las cosas hermosas que había oído en toda mi corta vida, y en conclusión un rostro tan expresivo, con suaves contornos de sensualidad que ni el dios Zeus se podía resistir, si Gustav Klimt estuviera vivo otro hubiera sido su cuadro. La expresión de sus ojos, esos ojos de almendra, ¡Cuántas largas horas he meditado sobre sus extraños ojos y cuán larga ha sido las noches frías deseoso de volver a verlos!

Al reflexionar sobre su muerte o desaparición, comprendí que la soledad no es un concepto referido a un aislamiento físico, porque uno puede vivir rodeado de muchas personas y a la vez sentirse en la más terrible desolación, como un abandonado en el desierto o como un cuerpo perdido en la luna y en el espacio infinito. ¡Cuán monstruosa fue mi angustia cuando al cabo de un par de años vi que mis fundadas esperanzas de se desvanecían para siempre! La soledad es interior, y, lo que nos hace sentirnos acompañados es el mutuo y recíproco afecto con otros seres, aunque estén distantes.

Adelita enfermó; sus extraños ojos destellaron, su tez blanca se tornó pálida, sus cabellos perdieron su brillo espléndido, los pálidos dedos tomaron el color morado, las azuladas venas de sus brazos palpitaban aceleradamente le faltaba color y sangre, parecía una vampiresa en busca de mi sangre para vivir. Me corte la muñeca derecha y le di de beber; vi que iba a morir, y luché para tranquilizarla de unas convulsiones atroces. Estimulado por tal escena llegaron a mi mente recuerdo de familiares cercanos fallecidos, desde los vistos cuando era niño. La pasión que le tenía me hicieron darle mucha energía, fue una lucha constante entre las sombras que venían a buscarla; yo trataba calmarla, hacerle entrar en razón, pero ella quería morir y dejarse llevar por la tentativa sombra que nos consumía. Me decía entre llantos, no podía quedarse en este mundo cruel, prefería morir, no cumplí mi objetivo de salvarte, me manifestaba. Me embriagaba de dolor cuando escuchaba con éxtasis aquellas palabras, cuando la oía gritar, y hablar sola en su tristeza, todas sus aspiraciones sobre la humanidad que ningún ser humano terrenal había escuchado hasta entonces.
         
Comprendí que la muerte es para todos, del polvo fuimos creados y en polvo nos finalizaremos; no se puede decidir ni preferir cual manera, ni cuándo nos toque la hora de partir, ni darnos tiempo para nada. Espero que la muerte no me venga a buscar cuando ande escribiendo mis memorias, espero dejar algo como evidencias de mi existencia, un claro ejemplo es este relato. Algunos, quizá en contra de la arbitrariedad que contrae la muerte, que nos lleva cuando no queremos, le ganan la iniciativa con la decisión y realización de su propia existencia: el suicidio.

Horrible fin que se adelantaba a la irrecusable necesidad del deber de esperar, y así jugarse su negación en el paraíso celestial. Que Adelita me amaba, no podía dudarlo, que la amaba más que mi ser y mi nada. El sonido del silbido de su pecho con todo su amor, no podía ser una pasión ordinaria; se rehusó a morir en ese instante, comprendí toda la fuerza y extensión de su cariño y amor por mí.  Durante largas horas, me agarraba de mi mano, se durmió; su delirar y su respiración iban como destino mi corazón ¿Cómo pude perderla cuando más feliz me hacía verla?

Abstraído en mis pensamientos, la noche avanzó hasta lograr su color más negro. Mire hacia afuera de mi dormitorio y pude ver una sombra formada por la tenue luz del poste público, las sombras aún estaban presentes. Sentí su despertar y su preocupación. Me vienen a buscar, cierra las ventanas me decía, el frío de la noche me hacía tiritar y a ella alucinar. Me saque la chompa que llevaba puesta, continuaba hablándome, muchas veces el ciego pianista se quemaba las manos para poder ver a la gente que lo escuchaba tocar su claro de luna y con su música hacer ver a todos los ciegos que tenían esperanzas de volver algún día, era como un hombre atrapado en la caverna de Platón sin poder ver toda la hermosa realidad que le esperaba en el exterior de sus parpados cansados, con su melodía pudo haber hecho conciertos para espantar a la soledad, la muerte y el frío de una noche como esta, que se apoderan del hombre en el lecho estrecho de su eterno descanso. Ante tal relato que me contaba, pude hablar desde un comienzo pero preferí callar y escuchar; percibí e interprete su dolor humano, la dicotomía de los sentimientos y la fuerza de los instintos, hasta que se apagó la vela que nos alumbraba con su calor.

Desperté y me encontré solo en mi habitación ¿Por qué se me había merecido y condenado a  perder mi adorada Adelita? Tan solo recuerdo haberme dormido en sus brazos y ella en mi pecho y soñé. Soñé que ella me decía: "Tú, me entenderás en mis últimas palabras. Pero antes de ello debo comentarte respecto a mi identidad, la que provocó querer salvar al mundo y especialmente amarte a ti, ante todas las cosas’’ ¡Ay, de mí!  Dije al escuchar esas palabras. ‘’No pude cumplir mi objetivo, me da mucha tristeza todo este mundo materialista, injusto y superficial; piensa que habrá un tiempo en el que ustedes al igual que nosotros dominarán el cambio de la energía, como principio esencial de la existencia; por ahora me quedo con el amor que te pude brindar y ayudar en todo lo que pude, piensa en el amor y descubrirás las posibilidades que sueñas, entre ellas, la convicción de la vida eterna del alma’’. Permanecí quieto en silencio, poseído de algo sobrenatural que tan solo escuchaba. ‘’Debo regresar al lugar donde pertenezco, quizá vuelva a verte en tus sueños, o quizá en algún lugar del universo, adiós mi amado humano’’.

Me levante desesperado, el sentimiento del abandono me mataba de a pocos. No puedo describir ese sentimiento, pues me faltarían palabras para expresarme, sé que me dejo su más grande amor y sus esperanzas de un mundo mejor. Desde ese momento tengo pesadillas cada cierto tiempo, no sé si murió, se fugó con las sombras que la perseguían, si me abandonó o que no fue una persona humana, a veces sueño con extraterrestres o con vampiros que vienen por mí. No lo sé ni cómo se fue mi amada Adela, solo sé que a veces al despertar veo a un búho pasando por mi habitación, pero hoy he visto a un búho con ojos azules y exclamé: ¡Al fin! ¿Podría engañarme? Nunca he visto una búho con ojos azules en esta vida, ni los hay que yo sepa! ¡He ahí a mi querida Adelita! He visto en los ojos de aquel búho después de varios años los ojos oscuros y azulados de mi amor perdido, quizás trate de encarnarse en otra persona, quizás, pero solo el destino lo sabrá.... No sé si esté preparado para un amor reencarnado.