Nunca llueve eternamente.

A veces poeta, dramaturgo, guionista, cineasta, pero tristemente humano.

Ella, la Condesa Sangrienta


La sangre es la vida

Historia y leyenda se mezcla sobre la vida de Erzsébet Báthory. La llamada ''Condesa Sangrienta'', vivió en el siglo XVII en Hungría, casada con un príncipe llamado ''El caballero negro'', quién le doblaba la edad. Ella tenía 15 años, y él 26. Después de la muerte de su esposo, durante ocho años secuestró, torturó y asesinó salvajemente a setecientas chicas. Hoy en día, es el ejemplo más claro del verdadero monstruo narcisista desde el punto de vista psíquico en la historia de Transilvania y por qué no del mundo entero. Es precisamente, un 21 de agosto que se conmemora la muerte de la aristócrata y asesina en serie quien fue la versión femenina de Draculea.

Dominada por el ocultismo, la brujería, culto a la sangre, fue una misteriosa y tétrica mujer que deprimida descubre en sus atrocidades la formula de la belleza eterna. Ella torturaba y mataba -con ayuda de sus secuaces- a sus sirvientas y criadas. Quizá se sintiese heredera de Calígula, tras agredir a una de ellas, unas gotas de sangre de la joven alcanza a la condesa. Ella notó que en su piel desaparecían sus arrugas. Aquello excitó sobremanera su imaginación como un elixir de vida y su eterna juventud. Esto fue el comienzo de unos extensos asesinatos macabros, baños de sangre y mutilaciones con cientos de mujeres.

Sus ayudantes que le asistieron en sus crímenes fueron: Guilles de Sillé, Poitou y Henriet (todos ellos eran sus criados). Necesitó siempre de un asesor espiritual que justificase sus actividades. Esto lo encontró en la persona de un clérigo italiano llamado Francesco Prelati. ¿Faltaba algo más?. Claro que sí. También estaba la comunicación con la fuerzas del más allá. Estaban sus brujas y alquimistas que invocaban a los poderes del Maligno y pasaban sus días y noches elaborando conjuros y entre anafres y frascos con líquidos misteriosos. Su más cercano colaborador Guilles de Sillé también quería hacer lo propio, llamaba a víctimas de su propio sexo. Jóvenes mendigos a los que engañaba diciendo que podrían pasar a formar parte de su coro. De ese modo se iniciaron las matanzas. En el juicio que se le hizo, tanto a él como a sus cómplices, Guilles aceptó lo monstruoso de sus actos.


Su leal criado, termina delatando el pasaje más oscuro de la Condesa amparada por su estatus de familia opulenta y poderosa. Erzsébet mandaba, como era habitual, empezaba temprano con la selección de chicas, pasando una por una hasta los calabozos de su castillo. Transcurría así largo rato, decidiendo quiénes sí y quiénes no, para angustia suprema de todas. Esto le excitaba en demasía a Erzsébet -no me sorprendería que la Condesa fuera también una sádica sexual-. Y se iniciaba la sesión o ritual como a ella le gustaba mencionar. Antes que nada, fundamental era tenerlas maniatadas y sujetas a fuertes correajes. Golpes de fusta y el atizador de la chimenea. Acto seguido, el corte de piel a las jóvenes -de preferencia de 9 a 26 años- entre los dedos de las manos o de los pies, cercenaban orejas y labios. A pesar de ello, todas las demás escuchaban los alaridos de sus compañeras sin poder escapar hasta llegar a escuchar los profundos gritos de las mutilaciones que no tenían más remedio que desmayarse. La condesa se bañaba y bebía sangre de las fallecidas, pero le enfurecía trabajar con cuerpos inertes. Ella quería oír los gritos.

Venida de una de las familias más cultas e ilustradas de Europa, sabía qué venas y qué arterias o pequeñas cuchillas que a tal efecto tenía que usar. Esto para que sus inocentes víctimas, les corra abundante sangre como un río de vino que ella terminaría por deleitarse. Pero tanta sangre acumulada solo le serviría para pocos baños. Era consciente de que no todas las noches podía llevarse sus rituales. Las sirvientas se le acababan. Sin embargo, también los vampiros envejecen y mueren. La mujer-vampiro envejecía irremediablemente. Fue gran error, debido a la carencia de víctimas, era no solo buscar carne fresca, sino sangre de más calidad. Su última gran batalla fue conseguir mujeres y niñas procedentes de buena familia (que sepan leer y escribir era una obligación casi estricta), a las que llevaba al castillo con la excusa de darle educación y cultura. Eran demasiadas muertes y las personas que entraban a sus calabozos ya no salían nunca más. Y las murmuraciones iban creciendo. Los rumores en torno al castillo comenzaron a extenderse por la zona.


Una de las doncellas -tal cuasi como película de terror y horror- consiguió escapar. Y por fin llego el día. Ella misma contó a las autoridades de lo que ocurría dentro de la mansión medieval. Cuando los soldados entraron descubrieron enormes manchas de sangre, cadáveres de niñas ensangrentadas, cuerpos mutilados, entre otras atrocidades. Los cómplices (ya mencionados) fueron sentenciados y ejecutados de manera cruel y pública. Mientras que a ella por su condición jerárquico y fue condenada a prisión perpetua en su enorme castillo. Ella ya no sentía amor hacia nadie. Ni siquiera, es probable hacia sí misma. Murió a los 54 años. El día 21 de agosto del año 1614, al no contestar la ración de pan y agua; dos testigos dieron fe de su fallecimiento por causas naturales, en sus aposentos como la Señora que era. Y así murió la leyenda, muerta sin cruz ni luz, pero con la gloria de inmortalidad -en la literatura, la música y el cine-, de esa inmortalidad que en ella tanto buscaba.