''Cómo iba a sospechar que esta ciudad estaba tallada a la medida del amor, cómo iba a sospechar que tú estabas tallado a la medida de mi propio cuerpo'' -Miroshima, mon amour (1959) de Alain Resnais.
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Miles de japoneses muertos en cinco segundos de infierno puro, los cinco kilómetros cuadrados de Hiroshima se convirtieron en ceniza instantánea. Fue cierto: Los sobrevivientes envidiaron a los muertos. En este día tan especial para el país nipón, se congregan miles de personas en el parque de la Paz para guardar un minuto de silencio por las víctimas caídas -no basta un minuto por todo lo llorado- originado por el ya famoso ''B29 Enola-Gay'' de las fuerzas áreas de Estados Unidos que sería el primer ataque nuclear de toda la historia. No obstante, el 9 de agosto, los americanos lanzaron una segunda bomba sobre la ciudad de Nagasaki, lo que forzó la rendición notable de Japón y puso fin a la II Guerra Mundial. En la guerra no existen vencedores, ni vencidos. Solo derrotados, en especial para la población civil inocente; sean alemanes, japoneses, ingleses, rusos, polacos, judíos, franceses, italianos, polacos y todos aquellos que vivieron el infierno en carne propia.
Desde tiempos remotos algo me decía al nacer que no debo de creer en la humanidad, y hoy por hoy; lo confirmo mientras varios países se la juegan el todo por el todo para logar más armas atómicas en su poder. La dosis superlativa en el mundo entero de maldad nunca morirá.
"Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos" -Julius Robert Oppenheimer.