Nunca llueve eternamente.

A veces poeta, dramaturgo, guionista, cineasta, pero tristemente humano.

Tomás no tiene nadie quien le escriba

''Cuando el dinero pese más que la sangre, ese día no tendré familia''.

Y tocaron a la puerta, nadie abrió.

Insistieron a más no poder y se escuchó una voz con porte militar y  de mando que decía: No busquen más. Esta es mi casa, y no los deseo volver a ver aquí. Las esperanzas se apagaron en un abrir y cerrar de ojos. Solo quedo en el olvido una persona, una persona que con esfuerzos pudo obtener un techo propio que hasta ahora se debatía entre la vida y la muerte. Cuando los hijos adoptivos y los de sangre se proponen en hacer un infierno en el cual gana el más demonio y el más maldito se hace merecedor de una herencia de bienes materiales que en el próximo fin del mundo se volverán cenizas e irán a donde le pertenecen.
Escribo estas líneas porque tal vez esta historia pueda quedar en el olvido, una tumba olvidada es un mar de lágrimas de un alma que nunca pudo conseguir la felicidad paternal que cualquier padre hubiera deseado con orgullo decir: Gracias, hijo mío.  

Un padre se debatía entre la vida y la muerte, como explique líneas arriba, la historia se monta en sus inicios en tres hijos. El primero y el segundo hijos de la unión familiar. El tercero y el más beneficioso es el adoptado. Este último el más vivaracho  fue apoderándose y alimentándose del vacío existencial de un padre sumiso que solo quería la atención y la unificación de toda su cercana descendencia.

No era de esperar tanto para saber que los tres solo querían aprovecharse de esta noble sumisión. Y la falta de cercanía de los hijos, le hizo elegir a uno –quizás el equivocado o el elegido- a darle todo lo que no pudo darle a los tres. A esto se genera un mundo subjetivo lleno de resentimiento y odios hacia esta elección que me produce un estado estupefacto.

No era obviarse, en el entierro varias escenas hipócritas que no hace otra cosa de recalcar mi estado en la última línea expuesta, ante todo esto, me hizo recordar las últimas líneas de la obra de Gabriel García Márquez, aquel escritor colombiano que gano el nobel de literatura, pudo culminar ‘El coronel no tiene quien le escriba’ con esta precisa palabra: ¡Mierda! Que justamente la usaría en este pequeño relato que le pongo como título: Mi tío no tiene nadie quien la escriba, pues dentro de ese nadie, estoy yo. Pero la concluyo con la palabra que resume todo esto: Mierda.